Me gusta imaginar, sobre todo en momentos como este, donde la realidad no es tan alentadora y las preguntas rebotan cual gotas de lluvia que caen contra un auto en movimiento.
Disfruto cuando esas preguntas me llevan a una realidad alterna, que no sé si en realidad sea mejor, pero que me invita a verme sin las problemáticas que en el momento aquejan a mi ser.
Visualizo las cosas tan reales que me siento viviendo allí, donde quiera que sea; en las ilusiones soy tan diferente, me veo haciendo todo aquello que siempre quise hacer y no hice, ya sea por elección o por las circunstancias, siento que puedo respirar tranquilamente, disfrutar como hace tanto no lo hago. ¿Dónde me perdí? ¿Por qué siempre debo aferrarme a lo poco posible?
Como si no fueran suficientes, anexo a la lista desiluciones innecesarias, aquellas que mi mente, con la ayuda de mi corazón, me logran entristecer casi al punto de querer sacar todo con lágrimas, no con palabras pues se ha vuelto imposible, lo hago a falta de alguien que le interese estar, un poco aunque sea.
Sola me siento, aunque esté rodeada de personas, pues la dinámica cotidiana de ser la que escucha, consuela, abraza; me ha hecho callar.
Mis días rutinarios opacan un poco más a la persona que solía ser. A veces prefiero dormir para no pensar.
Que patética y poco convencional salida falsa elijo tomar.
Y cuando por fin decido ponerle fin a este martirio, mi exigencia disminuye las posibilidades, los pretextos y las posibles consecuencias me hacen reconsiderar.
Obviamente en algún momento, al analizar las opciones, encuentro algo que me hace continuar. Pero esto, sólo pospone algo que sé, algún día tengo que solucionar.
Escribirlo me aligera.